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22.05.2011
En España se está viviendo un momento que seguramente haga Historia. Sí, de la misma forma que lo podíamos leer en los libros de texto durante los años de colegio, los españoles se han levantado, se han puesto en pie y han abarrotado las calles y plazas ya no sólo de las ciudades españolas, sino de todo el mundo, y cuando digo todo el mundo, es todo el mundo, para protestar por un millón de cosas. Ha sido el resultado, la explosión de los que ya no pueden más, que no podemos más. La impotencia de lo insostenible, de un mundo injusto, corrupto, de una economía que no medra y de generaciones enteras sin ocupación alguna más allá de la de desesperarse por lo injusto de la situación que nos está tocando vivir. Ayer, anteayer, hoy, mañana, pasado... me habría gustado estar allí, en la Puerta del Sol de Madrid, protestando pacíficamente como cada uno de los que llevan tantas noches como días ha tenido esta última semana durmiendo a la intemperie, con ganas de luchar, porque por primera vez en España, a los españoles nos ha unido la esperanza de un cambio. Yo soy una de las muchas jóvenes que, tal y como tuvieron que hacer otras generaciones en muchas de nuestras familias, abandonaron España por un tiempo en busca de algo mejor. Ahora, cuando pienso en mi vuelta a casa, donde pertenezco, aprieto fuerte los dientes sólo de pensar lo que me espera allí. Es entonces cuando me repito a mí misma que salí de allí con fuerzas de luchar, y volveré con las mismas fuerzas para empezar de cero. No vale rendirse. Me he prohibido tirar la toalla.
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