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28.06.2010
Aunque mis pies llegaron ya a Stamford, mi mente se quedó clavada entre cada pequeño destello de luz que alumbraba el puente de Brooklyn y las pantallas publicitarias de Times Square. Es esa sensación de no querer volver, el deseo de permanecer anclada en un sitio durante un periodo más largo de tiempo, algo similar a querer retrasar un par de horas la alarma del despertador pero tener la obligación de poner fin a tus horas de sueño en ese preciso instante. Y es que Nueva York ha sido algo así, ha sido un sueño. Han sido pocos días, cuyas horas se han dedicado más a actividades académicas que de turismo, pero las suficientes para haber recorrido cada uno de sus rincones de principio a fin. Al principio nos resignábamos a coger un taxi, síiiiii, de los amarillos, pero al final terminaron siendo nuestro principal medio de transporte. No sabría decir muy bien con qué me quedaría... si con la visita nocturna cruzando el puente de Manhattan con la siempre inolvidable estampa del Brooklyn Bridge a mi derecha, Times Square, el musical de The Lion King, la tienda de m&m's, las compras por el Soho, los chicos guapísimos de Abercrombie, la 5th Avenue o Central Park. Quién nos iba a decir que la última tarde la íbamos a pasar aprendiendo a improvisar jazz para la banda que toca para Obama... Y quién me iba a decir que las empresas norteamericanas me iban a impactar tanto como para todavía hoy, tres días después de abandonar la Gran Manzana, seguir deseando trabajar allí algún día. Es cierto lo de que es la ciudad que nunca duerme. Como cierto es que yo tampoco duermo igual desde que mis pies despegaron de NY, porque ahora sólo pienso en volver.
28 de junio de 2010, 22:19
Es precioso lo que has escrito pero encima es real. Es que desde entonces ya nada es lo mismo, todo parece poco, nada parece llamar la atención. No sé si sería el aire de por allí pero tengo la sensación de que volveré. Ya hay una parte de nosotras allí. Besitos amor!